El creador de Asterix, René Goscinny, en su libro El pequeño Nicolás, cuenta cómo el protagonista quiere regalar a su madre unas bonitas flores que ha conseguido, pero su accidentado camino a casa lleno de peleas con otros chicos le hace perder todo, salvo una mustia y sucia flor, que le presenta a su madre. Nicolás, al hacer el regalo a su madre se pone a llorar por presentar un obsequio tan pobre, pero su madre se enternece y le llena de besos.
Recordé esta historia al ver estos días en el colegio a los niños de primaria felices de llevar ramos de flores a la Virgen, unos ramos en este caso bien lustrosos.
Cuando dejamos de ser niños vamos perdiendo esa ternura e ingenuidad, quizá sobre todo al comprobar que en nuestra vida vamos acumulando más cardos que flores. Pero con los años, quizá al asumir que llegará un día en que nos falten nuestros padres, vamos recuperando hacia ellos un cariño más maduro.
Una conocida canción dice:
Aunque el hijo se alejara del hogar
Una madre siempre espera su regreso
El regalo más hermoso que a los hijos da el Señor
Es su madre y el milagro de su amor.
El mes de mayo, mes de las flores, es una oportunidad para aprender del afecto de los niños hacia sus madres, y para renovar nuestro amor a nuestra Madre la Virgen.
Puede ser divertido para los niños, cuando se sale al campo, ir recogiendo un pequeño ramo de flores para luego ponerlas en casa junto a alguna imagen de la Virgen que tengamos. Mejor aún si el esmerado ramillete sirve para presentarlo ante una imagen de alguna ermita o santuario, y así hacer nuestra personal romería, en que los niños tengan su protagonismo.
La tradición de poner flores a la Virgen es un gesto con el que se nos graba el agradecimiento hacia la Madre, ese «regalo más hermoso» del que ni el mismo Dios quiso privarse. Y es una forma de oración que une a la familia, y que nos puede servir para pedir a la Virgen que nos siga protegiendo, también a todas las familias del colegio, a nuestros mayores, y a tantos niños que están durante este mes haciendo la Primera Comunión.
Don Arturo Garralón
Capellanía de Alborada