«BENDITA tú entre las mujeres» (Lc 1,42). Esta es posiblemente una de las frases más repetidas de la historia. La pronunciamos en cada avemaría, junto a todos los cristianos del mundo y de todos los tiempos. Y los años han confirmado que Isabel no se equivocaba. Quien se fía de Dios es más feliz. Las únicas promesas que son seguras, que no son frágiles, son las del Señor. Como en la vocación de María, también en la historia de Isabel podemos ver que la alegría tiene una importante presencia: Juan salta de gozo en el vientre de su madre por la presencia de Jesús.
Quién iba a imaginarse seis meses antes que su prima iba a ser la madre del Mesías y que ella sería la del precursor. Cuántas veces nuestra fe es puesta a prueba por unas circunstancias adversas o por nuestros deseos de querer considerar todas las variables y las posibilidades del futuro. Podemos pedir a Isabel y a santa María que nos ayuden a dar gracias con su misma alegría. «¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme?» (Lc 1,43).