Con la llegada del buen tiempo ya se puede sacar más a los niños al parque. La llegada de la primavera se nota también en el despertar a la vida en la naturaleza. El pueblo judío, desde muy antiguo, comenzaba ahora el año, con el mes de Nisán, que se iniciaba con la primera luna nueva de primavera. Precisamente, este domingo pasado, último de Cuaresma, leíamos en misa unas palabras que Jesús pronunció por esta época: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24). Sus discípulos tendrían ocasión de ver a su alrededor cómo de cada grano iba ya brotando la futura espiga de trigo. Pero Jesús lo dice sabiendo que en pocos días va a morir, durante la fiesta de la Pascua, entregando por nosotros hasta la última gota de su sangre. Así anuncia que, al igual que Dios vuelve a hacer cada primavera el milagro de hacer resurgir la vida en la naturaleza, ahora hará el milagro más grande de la historia con su propia resurrección, para darnos la Vida con mayúscula. Por eso, cada Semana Santa nos recuerda la clave de nuestra existencia: que para dar fruto hay que entregar la vida.
Es ley de vida. Nosotros pasamos. La vida es una planta delicada, como estamos comprobando más de cerca este último año. Pero gastar nuestra vida por los hijos, alumnos, necesitados, etc. es la única forma de dar fruto abundante, es convertir nuestra corta existencia en algo maravilloso. A veces se trata de enterrar nuestro orgullo cuando nos enfadamos en casa; decía el Papa Francisco: «¿habéis discutido mujer y marido? ¿los hijos con los padres? ¿habéis discutido fuerte? No está bien, pero no es este el auténtico problema. El problema es que ese sentimiento esté presente todavía al día siguiente. Por ello, si habéis discutido, no terminéis nunca el día sin hacer las paces en la familia» (Audiencia, 13-V-2015). Otras veces olvidarnos de nosotros es apagar las pantallas para dedicar tiempo de calidad a los hijos. Otras veces es lograr que brote de nuestros labios la sonrisa, aunque no apetezca, que es, como dice también el Papa, «la flor del corazón».
Escribió San Josemaría en Camino: «Que tu vida no sea una vida estéril. –Sé útil. –Deja poso». Y también: «Ningún ideal se hace realidad sin sacrificio»: ya sea ese ideal sacar adelante una familia, mantener el amor en el matrimonio, educar a los hijos o alumnos, o prestar un servicio que haga mejorar nuestra sociedad. No es tarea fácil en estos tiempos. Por eso, cada Semana Santa Dios quiere ayudarnos a renacer. «Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante» (Jn 15, 7). Si vivimos esta Semana Santa acompañando de cerca a Jesús, Él que es el autor de la vida, que da el incremento, que logra que nazca de la muerte la vida, nos obtendrá abundantes frutos. Arturo Garralón