EDUCACIÓN
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Para probar una teoría científica, el procedimiento universal es hacer experimentos adecuados y evaluar resultados. Cuando se repite muchas veces y el resultado es siempre el mismo, se puede concluir con mucha seguridad que el postulado inicial es verdad. En el mundo de las ideas, no ocurre exactamente así, porque no hay manera de medir los resultados. Pero sí se puede preguntar y hacer estadísticas de las respuestas.
Autoría: José Juan Becerro Rodríguez
09 de octubre del 2025
3 min de lectura

No recuerdo cuántas veces he hecho algo parecido a lo de hace unos días con alumnos de Secundaria, hijos o alumnos de los que me leéis. Han vuelto a repetirse los resultados de siempre. Les planteé una cuestión muy abierta: qué querían que les explicase este curso que acaba de empezar. Fueron surgiendo bastantes respuestas interesantes, pero hubo una que triunfó por goleada: ¿hay otra vida?, ¿qué pasa cuando uno muere? Lo de siempre, repito.
¿Será que la felicidad no existe? La fe nos dice lo contrario, y añade que se realizará en el cielo. Pero para la mayoría de los cristianos (y para adolescentes aún más), queda mucho para eso, hasta que llegue la muerte. La mayoría todavía no ha descubierto que el amor de Dios a cada uno, y el de cada uno a su Padre, puede empezar ya aquí abajo. No hay que esperar tanto.
Hace casi 100 años, el Señor hizo ver esto a un joven sacerdote y abogado, ambas cosas a la vez, desde hacía muy poco. La primera, porque diez años atrás, cuando tenía sólo 16 años, había presentido que Dios quería algo de él.
La segunda, por un consejo lleno de sentido común de su padre. Llevaba sólo unos meses en Madrid. Para seguir adelante con sus estudios civiles, preparaba una tesis doctoral en Derecho. Mientras, como sacerdote, trabajaba hasta la extenuación, aunque nadie se lo había pedido: catequesis en barrios marginales, atención de enfermos, últimos sacramentos a quienes le “soplaban” unas monjitas. No ganaba para zapatos.
A principios del curso 1928-1929, mientras meditaba en tantas experiencias vividas, Dios le hizo ver, al fin, lo que quería de él: recordar por todas partes algo de los inicios mismos del cristianismo, que con el tiempo se había olvidado; enseñar de nuevo que la intimidad con Dios de los que ya han llegado a la morada definitiva (la santidad) se puede empezar a disfrutar mucho antes. No hace falta encerrarse en ningún sitio. Sirven perfectamente a ese propósito el lugar de trabajo, la casa familiar, incluso la calle. No hay que manifestarlo en público, pero los más cercanos se darán cuenta enseguida, porque tampoco es posible ocultarlo. Todo, con una alegría tan grande que necesariamente se manifestará exteriormente, y se “contagiará” enseguida.
Aquel 2 de octubre, Dios le hizo ver todo esto a Josemaría Escrivá. Conoció, al fin, cuál era su cometido. No una obra suya, sino de Dios (Opus Dei), que él llevó a cabo tan bien que, apenas 37 años después, la Iglesia lo enseñó oficialmente. Nada tiene de extraño que también lo incluyera pronto en la lista de los santos. Su propia vida era la prueba más evidente de que tenía razón. Cosa de Dios. Espero que tú que has leído esto hasta el final, no pienses más únicamente en ese cielo lejano, porque podrías perderte el que tienes a un palmo de distancia.
Basten estas palabras de Camino:
Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado. Y está como un Padre amoroso —a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos—, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo… y perdonando”.
¡Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ¡ya no lo haré más! —Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo… Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende…, a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse bien!
Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los Cielos.
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