No está claro desde cuándo los cristianos dedicamos el mes de mayo a la Virgen María. Pero sabemos que así era ya en la Edad Media en España, como recoge alguna de las cantigas de Alfonso X el Sabio. Es lógico que queramos dedicar a nuestra madre el mes en el que nacen todas las flores, y que así haya sido desde hace siglos.
Por eso hay que preguntarse: ¿yo qué flores he regalado a mi Madre la Virgen hasta ahora? ¿Cómo le he manifestado mi cariño? Hay muchos gestos que podemos practicar en casa y enseñar a los más pequeños.
Uno de los regalos que más le agradan a la Virgen es el rezo del Rosario, oración maravillosa hecha de palabras de ángeles y de las alabanzas a María recogidas del evangelio. Cuentan que San Juan Pablo II, entre una visita y otra, en viajes, en esperas… tenía el hábito de empuñar un rosario y rezar misterios. En alguna ocasión un periodista le preguntó cuántos rosarios rezaba diariamente. Contestó que ese día iba por el cuarto rosario. Él conocía muchas necesidades y quería ayudar eficazmente, y lo hacía también así: con el arma poderosa. Cuando a Santa Teresa de Calcuta le entregaron el Premio Nobel, las cámaras de televisión le enfocaron mientras la presentaban y daban algún discurso. ¿Qué se vio? Que ella estaba sentada en su sitio con un rosario en la mano, pasando avemarías. Como decía San Pablo VI, cada misterio del rosario es poderoso. Mientras vamos por la calle a cualquier sitio, en el autobús o en el metro, podemos rezar un misterio del rosario, como quien prepara una bomba de bondad, y arrojarla sin que nadie la vea: por ese amigo que lo pasa mal, por un familiar que necesita ayuda, por un conocido que se deja dominar por el mal, por quienes están en los hospitales, por la paz en Ucrania como nos pide Francisco… (cfr. An Apple a day nº 10: Octubre. Las siete capitales del alma, José Pedro Manglano).
Otro gesto sencillo es buscar imágenes de nuestra Madre. Muchos tenemos en nuestras casas alguna imagen o cuadro de Ella. También podemos llevar una imagen especialmente querida en la cartera, el bolso o en el móvil. Y podemos mirarla estos días con más atención, para saludarla y decirle que la queremos, aunque sea de una forma sencilla, como contaba un sacerdote: estaba acabando una clase de formación cristiana y le preguntó a un chaval «barman» en una cervecería sevillana:
– ¿Tú le tienes cariño a la Virgen?
– ¡Digo!
– ¿Y qué haces para acordarte de Ella?
-Pues en el bar tengo un cuadro de la Macarena y, cuando me piden una cerveza, paso por delante de la Virgen, la miro, y le digo: ¡Ele!
-Y… ¿no sabes decirle otra cosa?
– ¡Sí! A veces paso, la miro, me quedo «clavao», y le digo… ¡Ele, lerele!
Don Arturo Garralon
Capellanía de Alborada