EDUCACIÓN
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Soy Marta Yebra Romanillos, y la verdad no sé muy bien cómo he acabado escribiendo esto. Antes de nada, tengo que avisar que las letras no son mi punto fuerte, pero quiero intentar que por unos minutos veáis lo que yo he visto y sintáis lo que yo he sentido.
Autoría: Marta Yebra Romanillos Alumni de Alborada
08 de mayo del 2025
3 min de lectura
Esta Semana Santa cumplí un sueño. No sé muy bien cómo sucedió, pero lo importante es que pasó: el día 11, a las 3:30 a.m., yo estaba en el aeropuerto de Barajas esperando un avión que me llevaría de Madrid a Bruselas, y de Bruselas a la República Democrática del Congo.
Durante los 10 días que estuvimos por allí pude conocer muchos de estos proyectos: desde colegios, programas de nutrición, orfanatos, hasta iniciativas de formación profesional para mujeres.
El viaje hasta allí, en pocas palabras, fue cansado y raro, porque no conocía a nadie del equipo (excepto a mi hermana). En cuanto llegamos a Kinshasa, mi cabeza empezó a dar vueltas. No era plenamente consciente de lo que pasaba a mi alrededor, en ese aeropuerto pequeño y abarrotado. En cuanto nos montamos en el coche y pisamos la calle, me di cuenta de que lo que estaba viviendo era real: muchísima gente por todas partes, mucho caos, cero normas de circulación (y cuando digo cero, es de verdad cero).
Podría contaros con todo detalle lo que hice cada día, pero creo que es más importante que lleguéis al punto en el que está mi cabeza ahora. Entre la arena, el polvo y las botellas de plástico de las calles de Kinshasa he encontrado mucho amor, mucho trabajo, mucho esfuerzo, muchas ganas de hacer las cosas bien, muchas ganas de ayudar, muchas ganas de vivir…
Es increíble cómo, en un lugar donde parece que la gente no tiene nada, en realidad lo tienen todo. Es totalmente otra forma de vivir, de pensar, otra concepción del tiempo… parece que estás en otro planeta. Impacta ver cómo un país tan rico en minerales y biodiversidad, que tiene uno de los ríos con más caudal del mundo y que podría generar tanta energía hidroeléctrica, sin embargo, a causa de la corrupción, es incapaz de desarrollarse.
También, he tenido la suerte de conocer a un montón de personas que, en algún momento de sus vidas, decidieron dejarlo todo: su trabajo, su familia, su comodidad… para irse allí, a ayudar, a enseñar, a aprender. Esto me ha impactado profundamente. Son personas muy bien formadas, que quizá aquí podrían estar ganando mucho dinero, teniendo una vida cómoda, estable. Son personas que te cuentan experiencias muy fuertes, pero sin perder la sonrisa, que son capaces de dar la vuelta a situaciones muy complicadas, y que tienen muy claros sus objetivos, sus valores y sus límites. Y que han decidido darse a los demás hasta desgastarse. Su entrega, su humildad, su manera de vivir hacen que te replantees qué significa realmente «vivir bien», o «tener éxito», o «ser feliz».
Últimamente hay un par de preguntas sin respuesta que me rondan la cabeza, y son: ¿Porque yo sí y ellos no?,¿Porque yo tengo todo lo que tengo y ellos no?, ¿Porque si a mí me pasa algo puedo ir al médico sin ningún miedo de no poder pagarlo?, ¿Porque yo tengo unos padres que me quieren y me cuidan y en Kinshasa hay 500.000 niños registrados viviendo en la calle?, ¿Porque yo tengo una habitación para mí y duermo en una cama, y allí hay gente que no?…
Podría llenar la página con este tipo de preguntas. Muchos pueden decir que no hay explicación, que es suerte, azar… para mí esto no es una respuesta. Yo no sé por qué pasa esto, pero por lo menos ahora sé que pasa y que de alguna forma nosotros podemos ayudar.
Uno de mis compañeros de viaje me dijo algo que me ha ayudado mucho y es algo así: ellos no van a poder encontrar la vacuna contra, por ejemplo, la malaria, no tienen los medios, pero tú sí que puedes encontrarla. Yo me fui del Congo con mucha impotencia, de verme limitada y no poder ayudar todo lo que me gustaría, pero dándole vueltas he visto que la forma en la que ahora mismo puedo ayudar es estudiando, formándome, moviéndome, aprendiendo… ya no solo para ayudar en el Congo, sino en todo el mundo: en tu pueblo, en tu ciudad, en tu país….
Al despedirme del Congo tuve una sensación agridulce, porque, aunque haya sido corto el tiempo que he podido estar allí, Kinshasa me ha roto los esquemas, me ha abierto los ojos. Yo os animo a mirar a vuestro alrededor, a ser más agradecidos, a darle un beso a vuestros padres y a sonreír más.
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